La primera guerra mundial by Michael Howard

La primera guerra mundial by Michael Howard

autor:Michael Howard [Howard, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2002-01-01T05:00:00+00:00


LA CAMPAÑA DE VERDÚN

A finales de 1915 los ejércitos alemanes habían vencido en todas partes, pero sus victorias no hacían vislumbrar el fin de la guerra. La paciencia de los civiles que los respaldaban empezaba a flaquear. Una importante revuelta interna, dirigida, en el seno del ejército, por Hindenburg y Ludendorff, pero apoyada también por el canciller Bethmann Hollweg, exigía la destitución de Falkenhayn. No obstante, este gozaba todavía de la confianza del káiser, quien, molesto por aquel intento de usurpar su autoridad, no vaciló en su convicción de que la guerra solo podía ganarse en occidente. Con mucha razón calculó que su principal adversario ya no era Francia, que rozaba el agotamiento, sino Gran Bretaña. Los ejércitos británicos estaban todavía frescos y su dominio del mar no solo mantenía aún el bloqueo a Alemania, sino que permitía que continuasen operativas las comunicaciones con Estados Unidos, de cuyos suministros dependían cada vez más los aliados. Para ocuparse de estos últimos, Falkenhayn exigió que se sufragase sin restricciones una guerra submarina, cosa que ya comentaremos a su debido tiempo. Sin embargo, creía que en tierra el arma principal de los británicos no eran sus ejércitos, que todavía no habían sido puestos a prueba, sino los de su aliada Francia. Si se pudiera infligir a Francia un golpe sin precedentes de manera que se viera obligada a pedir negociaciones, «la espada de Inglaterra», en palabras del propio Falkenhayn, le sería arrebatada de las manos. Pero, dada la potencia probada de las defensas del frente occidental, ¿cómo podría llevarse a cabo semejante acción?

Para ello Falkenhayn recurrió al método ya utilizado con éxito en las campañas orientales: el desgaste. La destrucción de los ejércitos franceses debería hacer que Francia se desangrase literalmente hasta la muerte. Se obligaría a los franceses a atacar para recuperar un territorio que no podían permitirse perder, y el territorio en cuestión no sería otro que la fortaleza de Verdún. Aunque no tenía importancia estratégica alguna, Verdún estaba situada en la cima de un saliente vulnerable, además de ser un enclave histórico asociado a las mayores glorias militares de Francia. Falkenhayn estaba convencido de que Joffre no podría permitirse no defenderla, o no tratar de recuperarla en caso de derrota. Los ejércitos alemanes sufrirían inevitablemente pérdidas en sus filas durante el ataque, pero estas, a su parecer, quedarían minimizadas por el uso efectivo de las técnicas ya utilizadas con éxito en Gorlice-Tarnow: la sorpresa, la eficiente labor del estado mayor y, sobre todo, la superioridad masiva de la artillería. Así pues, el 21 de febrero de 1916, tras un bombardeo de nueve horas con casi 1000 cañones, comenzó el ataque.

Falkenhayn tenía razón. Joffre no había considerado Verdún un punto estratégico y por consiguiente no había preparado su defensa. Sin embargo, las presiones políticas hacían imposible abandonar Verdún a su suerte. A las órdenes del general Philippe Pétain, cuya obstinada creencia en el poder defensivo le había impedido hasta entonces su ascenso debido a la visión más ofensiva de sus superiores,



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